El lobo gigante

Había una vez, una pequeña aldea frente a un bosque en el que vivían Zal y Connie, un par de mejores amigos que, a pesar de tener personalidades diferentes, tenían un amor común por la pintura.

El tímido Zal visitaba diariamente la linda cabaña de un travieso Connie para pasar horas y horas pintando todo lo que los rodeaba.

Un día Connie le dijo a su amigo:

-Amaría poder pintar el lobo gigante que vive en el bosque, he escuchado que es muy hermoso ¿no te gustaría presumir que pintaste un lobo gigante que viste con tus propios ojos?

A lo que Connie, tembloroso de solo la mención del lobo, respondió:

-No creo que sea una buena idea, ¿y si nos ataca?

-No seas gallina, yo te protegeré- dijo Connie con el pecho alzado.

-Pero no podemos luchar contra el lobo gigante, los rumores dicen que sus garras son capaces de despedazar árboles y sus afilados dientes han roto cabañas de nuestros antepasados. - habló Zal con la voz temblándole cada vez más según describía al atemorizante lobo.

- ¿A caso crees en esos mitos? No hay forma de que un lobo sea tan poderoso y, en cualquier caso, no me vencerá.

- Pero solo somos niños, no podemos compararnos con un lobo.

- ¿No confías en mí? Dije que te protegeré- respondió un indignado Connie.

- No creo que solo nosotros podamos enfrentarnos al lobo gigante, ¿porque no nos inspiramos de las descripciones del lobo y hacemos nuestras pinturas? - habló Zal con súplica.

- ¿Porque eres tan cobarde? Pensé que los amigos se apoyaban, pero veo que tu solo desconfías de mí. Iré solo y te mostraré la mejor pintura que hayas visto.

Y así, sin que Zal pudiera replicar, se marchó Connie con un aire de enojo mientras se dirigía hacia el bosque a cumplir su cometido.

Una vez adentrado en el bosque Connie empezó a sentir miedo de la oscuridad que lo rodeaba, pero no podía dar marcha atrás, estaba decidido a mostrarle a Zal la más increíble obra para que se arrepintiera de dudar de él.

El tiempo pasaba y empezó a anochecer cuando Connie se dio cuenta de que estaba perdido, sus nervios aumentaban más y más conforme los sonidos de diferentes animales rompían el tenebroso silencio de la noche en el bosque del lobo gigante.

No paso mucho tiempo hasta que Connie rompió en llanto arrepintiéndose de no haber escuchado a su siempre amable amigo.

Deseó que este estuviera ahí, de haberlo estado le habría dado uno de sus tantos consejos para calmarlo.

Este y más pensamientos de arrepentimiento cruzaban por la mente de Connie cuando de repente escuchó un fuerte rugido.

Completamente atemorizado, Connie dirigió su mirada hacia la proveniencia del sonido y contempló por solo unos segundos unos brillantes ojos azules y las gigantes fauces del famoso lobo de cuatro metros antes de correr despavorido gritando con todas sus fuerzas.

El pequeño podía escuchar el sonido de las ramas rompiéndose con el pisar de las fuertes patas del lobo hasta que deslumbró una tenue luz y sin dudar se dirigió hasta esta.

La luz se hacía cada vez más fuerte hasta que distinguió las figuras de los adultos del pueblo sosteniendo antorchas, y al frente de ellos un preocupado Zal.

Corrió lo más rápido que pudo hacia el paradero de su mejor amigo y se dejó derrumbar en los brazos de este.

Detrás de ellos se podía escuchar a el lobo escabulléndose puesto que no le gustan las multitudes de personas y mucho menos salir de su bosque.

Zal le dijo con voz aliviada:

-No sabes cuánto me alegra que estés bien. La próxima vez escucha mis consejos, me preocupaba que pudieras salir herido y por eso dije que no era una buena idea, pero no era mi intención hacerte sentir mal.

-No tienes que preocuparte por nada, perdón por ignorarte cuando todo lo que hacías era preocuparte por mi bien.

Y así, los niños se dirigieron hacia sus casas agarrando la mano del otro para sentir la calidez de su amistad y así nunca olvidar lo mucho que se quieren y se preocupan por el otro, a pesar de los malentendidos.

Fin


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